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El Flagelo


                                                                   Guardo con  mucha  nostalgia aquella colección
                                                                de postales que debo a mi tío Celestino, quien cada
                                                                Miércoles Santo, aunque fuese en horario matutino,
                                                                me bajaba a Cartagena, como  decimos  en los ba-
                                                                rrios de la Trimilenaria, para pasear por la calle San
                                                                Miguel y Santa María de Gracia a respirar Semana
                                                                Santa. Me acompañaban siempre doscientas pesetas
                                                                que con tanto cariño mi madre me daba para pasar
                                                                mesa por mesa a comprar las nuevas postales que
                                                                ese año publicaban las agrupaciones y que yo nece-
                                                                sitaba tener para mi colección.

                                                                   A decir verdad, no provengo de una familia pro-
                                                                cesionista como tal. A mis padres les gustaba ver las
                                                                procesiones siempre que podían, pero no pertene-
                                                                cían a Cofradía alguna. Era simplemente amor a las
                                                                mayores fiestas de nuestra ciudad, amor que a mí
                                                                me traspasaron por completo junto a mi tío. Ellos
                                                                son los máximos culpables de que hoy esté aquí,
                                                                ante vosotros, pronunciando este pregón. Gracias.

                                                                   Pero un día todo cambió y un golpe de suerte hizo
                                                                que mis padres, dada mi insistencia en querer desfi-
                                                                lar, me dieran de alta en la Cofradía California y en
                                                                la Agrupación de la Santa Cena y Santísimo Cristo de
                                                                los Mineros allá por mil novecientos noventa y cuatro.

                                                                   Por fin podía desfilar el Domingo de Ramos, de
                                                                blanco y oro viejo, con mi medalla que me identifi-
                                                                caba como un californio más, colgada al cuello. Pero
                                                                mi gran sueño llegó unos años después cuando por
                                                                mi estatura y edad pasé por fin a desfilar en la Mag-
                                                                na el Miércoles Santo y ser uno de los portadores de
                                                                los veintiséis hachotes que alumbran al tercio de la
                                                                Santa Cena. Trece fuelles de penitentes, tantos como
                                                                comensales  había en esa Santa Cena donde Jesús
                                                                instituyó el Sacramento más importante para la Igle-
                                                                sia Católica, definido como signo de unidad, vínculo
                                                                de caridad y banquete pascual en el que se recibe a
                                                                Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da prenda
                                                                de la vida eterna, la Sagrada Eucaristía.
                            Foto: Archivo Pedro Ayala
             Miércoles  Santo y la duración de la procesión, no    Sacramento  que Jesús  instituyó poco  antes de
             hacían viable que mi madre me acompañara a ver     ser Prendido, a quien estos días rendimos culto, a
             la Magna Procesión California. Es por ello que me   nuestro Titular, rodeado de sus Apóstoles sabiendo
             conformaba con sentarme en la cama, encender la    entonces, cual sería su futuro más inmediato, el de la
             radio y sintonizar Radio Nacional de España.       Pasión que con tanto esmero representamos el Miér-
                                                                coles Santo en un acto de Penitencia que nos ayuda
                Acompañado  de mis álbumes de postales, me      a acompañarle en su duro caminar. Un camino que,
             ayudaba de la voz de Manuel López Paredes, ador-   casualidades del destino, sufrió con la misma edad a
             nada con los sones de las marchas de Semana Santa   la que yo hoy me esmero en pronunciar este pregón,
             que a su paso tocaban y su extraordinaria narración,   treinta y tres años.
             para imaginarme  sentado  en una vetusta silla  de
             madera de las que antaño adornaban el recorrido       Pero si de sensaciones he de hablar, difícil es po-
             procesionil. A cada descripción de los tercios y tro-  der describir la que produce a alguien que como yo,
             nos que iban pasando por delante de los micrófonos,   porta la Cruz Guía del tercio del Santísimo Cristo de
             mi respuesta era inmediata, buscar las postales para   los Mineros, cuando tomo como señal de que es el
             que, en un ingenuo alarde de imaginación, creer que   momento de volver a caminar, el paso ante mí de la
             no me estaba perdiendo la procesión de Miércoles   advocación del Prendido que más asombro despierta
             Santo un año más.                                  ante mis ojos, el Ecce Homo. Esa silueta alumbrada
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