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Pasión y caos: la Semana Santa
tras la sublevación Cantonal
Pasión y caos: la Semana Santa tras la Preciosos trajes de gasa blanca y uniformes
sublevación Cantonal. algo raídos lucían en un templo preñado de
altares floridos, donde las fuerzas de artillería se
Francisco José Franco Fernández, cronista preparaban para acompañar al cortejo y hacer
oficial de Cartagena y académico c. de Alfonso X guardar el orden público.
«El Sabio»
En la calle Mayor, antes, durante y tras los
En el contexto de miseria y caos social de desfiles las gentes se saludaban animadas como si
la postguerra las nuevas autoridades de Cartagena nada hubiese ocurrido, y así lo reflejaba la prensa
decidieron poner en marcha las procesiones el día 4 de abril en un editorial bien festivo, alejado
de Semana Santa, que fueron poco a poco de las miserias del día a día:
recuperándose, pues cuando no habían pasado
ni tres meses desde el fin de la Guerra Cantonal La ciudad rebosa de inmensa alegría, sus hijos
comenzó un programa de frenética limpieza llenos de entusiasmo salen al encuentro del Rey Pacífico,
y desescombro de calles, para lo que hubo de del Hijo de David, del Enviado de Dios y anunciado por
disponer de varias brigadas de presidiarios. La los oráculos. Las casas están engalanadas con riquísimas
normalización de los desfiles pasionales se entendió colgaduras: las calles cubiertas de flores y todos sus
como una prioridad por pensarse que sería un habitantes llevando gallardas palmas, y verdes ramos
bálsamo para cicatrizar las heridas producidas por de olivo atruenan el espacio con aplausos, vítores e
la Guerra en el tejido social, para un pueblo hundido incesantes «Hosanna al Hijo de David, Bendito sea el
en la miseria, desordenado y raquítico. que viene en nombre del Señor»…
Tras muchos días de intenso trabajo, Todo parecía volver por unos días, por
alboreando florido el mes de abril, pudo verse unas pocas horas, a la normalidad, sonaban
desfilar por las pedregosas y empolvorizadas calles las saetas en la noche cartagenera y, tras este
cartageneras a las distintas imágenes, cuyos tronos
arreglados con vistosas flores y multitud de luces
presentaban pese a todo un magnífico aspecto. La
imagen de María Santísima cerraba los cortejos
con vistosa decoración. Todos los tronos iban
acompañados de una orquesta, dando a la ciudad
un increíble aspecto alegre y bullicioso: las calles
se cubrieron de numeroso gentío y los edificios
que aún quedaban en pie se engalanaron como si
nada hubiese pasado. Como era tradicional, desde
las primeras luces del día se concentraron en Santa
María miembros de las corporaciones civiles y
militares, procesionistas, artesanos y comerciantes;
pendientes todos de los movimientos del alcalde
Jaime Bosch, del jefe de administración de la
Armada Cándido Montero y de Simón de Aguirre,
representante de la Provincia. El juez de primera 43
instancia, Fernando Costa, deambulaba nervioso
entre los tronos antes de cada procesión ante la
atenta mirada de todos los presentes, velando por
una salida en orden y esperando la mirada cómplice
del clero diocesano y castrense.
En la iglesia el pueblo nazareno se mezclaba
con maceros y trompeteros, alcaldes de barrio
y representantes de todas las administraciones.