Page 21 - El Cristo de la Flagelacion en la Historia de Cartagena - WEB
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Por otra parte, Juan afirma que Jesús fue flagelado durante los juicios de Pilatos,
quien juzga que la acusación hecha al Salvador de afirmar ser hijo de Dios no estaba
contemplada en la ley romana y era por tanto inocente. Los sacerdotes judíos realizaron
entonces una segunda acusación que sí entraba dentro de la Lex Julia: querer ser rey.
Pilatos interroga a Jesús sobre su realeza y lo considera de nuevo inocente. Es cuando
se entera de la estancia de Herodes en Jerusalén, y siendo Jesús su súbdito, Pilatos se lo
envía a ver si le resuelve el problema. Ni uno ni otro encuentran en él causa alguna de
muerte, pero comenten el error de dejar el veredicto en manos de la plebe, que condena
al Justo y salva a Barrabás. Es entonces cuando Pilatos decide aplicar un sustitutivo de la
pena capital, para acallar al pueblo: es cuando Jesús es flagelado en sede judicial, atado
con cuerdas gruesas y resistentes con las manos por encima de la cabeza, quedando así
casi suspendido de la parte alta de la columna o del techo.
El instrumento utilizado para la flagelación, fue el flagrum taxillatum, que se componía
de un mango corto de madera al que estaban fijos tres correas de cuero de unos 50
centímetros, en cuyas puntas tenían dos bolas de plomo alargadas, unidas por una
estrechez entre ellas; otras veces eran los talli o astrágalos de carnero. El número de
latigazos, según la ley hebrea, era de 40, y por temor a sobrepasarse daban siempre 39.
Pero Jesús fue flagelado por los romanos, en dependencia militar romana y por tanto no
estaban limitados por el número: sólo estaban obligados a dejar a Jesús con vida para
poder mostrarlo al público para que éste se compadeciera y para que en caso de condena
a muerte llegara vivo al lugar de suplicio y crucificarlo según la ley.
Tras el castigo el reo quedaba irreconocible en su aspecto y sangrando por todo el
cuerpo. Así se describe al Ecce Homo, pues todas las partes del cuerpo de Jesús fueron
objeto de latigazos. Eso sí, respetaron la cabeza y la parte del corazón, porque hubiera
podido morir en el envite. Las correas de cuero del flagrun cortaron en mayor o menor
grado la piel de Jesús en todo su cuerpo: en la espalda, el tórax, los brazos, el vientre, los
muslos y las piernas. Las bolas de plomo, caídas con fuerza sobre su anatomía, hicieron
toda clase de heridas: contusiones, irritaciones cutáneas, escoriaciones, equimosas y
llagas. Además, los golpes fuertes y repetidos sobre la espalda y el tórax provocaron, sin
duda, lesiones pleurales e incluso pericarditis, de graves consecuencias para la respiración
y el corazón, provocándole un intenso dolor.
Los golpes fuertes sobre los costados debieron causar una disfunción en riñones e hígado,
y la gran pérdida de sangre graves alteraciones físicas de consecuencias gravísimas para
la supervivencia. Según el estudio de las Sagradas Escrituras las dificultades respiratorias
y las de tipo motórico comenzaron a ser evidentes a la altura del huerto de Getsemaní,
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