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El Flagelo
¿Para ese viaje el santurrón fariseo vacía las alforjas Si no me agrandas la puerta,
de la gula, la avaricia y toda sensual concupiscen- achícame, por piedad;
cia y mortifica el cuerpo durante años con ayunos y vuélveme a la edad bendita
tormentos? Si el pecado de Adán y Eva se trasmite en que vivir es soñar.
a sus descendientes ¿un sólo justo que imite a Cris-
to podrá redimir a todos los hermanos pecadores? Hacerse como los niños para que “Diosito”
Un único instante de sincero arrepentimiento en una no nos quite la vida futura que nos tiene prometi-
vida pecaminosa, como la del ladrón Dimas, ¿puede da y de la cual la otra, esta vida pasajera actual, no
bastar para ir al paraíso de los justos? ¿Es la salva- es más que el prólogo, la sombra, un adelanto de la
ción un asunto individual o bajo la culpa de Adán eternidad. Haciendo uso de una vieja canción infan-
gime la humanidad entera a la espera de un parto til, el abuelo Unamuno regresa desde la niñez a la
feliz de todo el universo creado? idea obsesionante que le punza su corazón de incré-
dulo que quiere y no puede creer:
Algunas veces compara Unamuno el silen-
cio de Dios (¿acaso no ha hablado en Cristo y en los Santa patrona del rito,
profetas?) con aquel otro silencio de Raimundín, el Santa Rita, la bendita,
hijo hidrocéfalo ante el cual el padre hacía jugar a los abogada de imposibles,
otros hermanos de aquella carne desdichada presa Dios nos regala la vida
en la imbecilidad del cuerpo. ¿Volvería a ver tras la ….
muerte a ese pedazo de carne, aquella sonrisa conge- la vida es un don del cielo,
lada e idiota nacida del amor entre los humanos pro- lo que se da no se quita.
genitores, el fuerte y arisco don Miguel y la dulce-
mente maternal esposa doña Concha Lizárraga? En Santa Rita, Rita, don Miguel – viejo o mozo
la versión griega del Nuevo Testamento (Unamuno – aferrase a su vida, si es que Aquel no se la quita. El
la lleva siempre consigo en el bolsillo de su austero lema fundamental que preside la vida de Unamuno
traje de pastor cuáquero) puede leer don Miguel el podría expresarse resumido con una fórmula verbal:
Hereje aquellas palabras del que se llama a sí mis- “morir (o vivir) resistiendo”.
mo humildemente el menor de los apóstoles: “Todas
las carnes no son lo mismo”; “se siembra un cuerpo La fe –dirá Unamuno - no consiste tanto en
animal, resucita cuerpo espiritual”. Cuando el rector “creer lo que no vimos” sino en “crear lo que no ve-
de Salamanca reclama en un poema la inmortalidad mos”. ¿Creemos en Cristo o creamos a Cristo? Ese
para su fiel perro y, con acento casi maragalliano, juego de palabras entre “creer” y “crear” es el gozne
solicita la salvación de toda la creación incluidas las sobre el cual da vueltas y más vueltas una fe pasiva
mismas rocas, árboles y ríos ¿no está también pi- (creer) que se esfuerza por hacerse activa (crear). Y
diéndole a su Dios hereje la supervivencia del alma crear la tradición en la que creemos ¿no es avanzar
carnal de su pobrecillo hijo Raimundo, casi una bes- en la revelación interior de un Dios que está más
tezuela humana, un pedazo del misterio de esa car- dentro de nosotros mismos que nuestro propio yo?
ne silenciosa muerta ya en la vida cismundana entre La paradoja se hace más notoria cuando se conjugan
los “muertos que entierran a sus muertos”? los dos verbos “creer” y “crear” en la primera per-
sona, la sustancia individual, el irreductible “yo”:
En su “Diario íntimo” Unamuno había ex- cuando decimos “Yo creo”… ¿es una forma de creer
presado la idea de que los niños son los justos de o acaso de crear?
Sodoma de los que habla la Biblia. Y Raimundo, el
hijo hidrocefálico, es uno más de esos otros santos Mucho escribió aquel hombre que no fue
inocentes, tan justos como los de Sodoma, esos niños un “hombre de letras”. Pero también calló más de lo
que mandó matar el rey Herodes para acabar con la que dijo, tuvo sus secretos con Dios aquel náufrago
esperanza que traía al mundo el Mesías. En los evan- vizcaíno que encalló en los dogmas de la Iglesia ca-
gelios Cristo se nos advierte de que, para entrar en el tólica, romana, española y tan poco apostólica:
Reino de los cielos, debemos hacernos semejantes a
los niños. Y Miguel de Unamuno, que siempre tuvo Mientras de mí, Señor, Tú no recabes
la apariencia física y espiritual de un viejo prematu- que aquel nuestro secreto al fin divulgue
ro, desanda contra la corriente en su ancianidad los yo de ellos no me cuido, ya lo sabes …
años vividos camino hacia la infancia sencilla y de-
vota en que rezaba sin miedo el Credo en un hogar ¿Halló con la muerte Unamuno la paz en la
vascongado de religiosidad tradicional. tierra, bajo ella, sobre ella? ¿Vive aún agitando, re-
moviendo eternamente las aguas vivas en el piélago
Agranda la puerta, Padre de Dios?
porque no puedo pasar;
la hiciste para los niños, Pablo Galindo Arles
yo he crecido a mi pesar.
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